Hay quienes viven para producir electricidad
La vida de los 60 trabajadores de la Central Hidroeléctrica Leonardo
Ruíz Pineda, en Táchira, bien podría medirse en kilómetros: La planta
está a 120 kilómetros de San Cristóbal, capital del estado, a 40 de
Pregonero, a 14 de Siberia, el pueblo más cercano, y a cinco del
campamento en el que duermen de lunes a domingo para cumplir los turnos
necesarios para mantener operativa la central.
La planta está entre montañas, al borde del río San Agatón. Se puede
llegar a ella de dos modos: en helicóptero desde el Aeropuerto
Internacional Santo Domingo, o por la carretera que en tres horas, “si
no llueve”, le traslada allí desde San Cristóbal.
Si va a hacer esto último es preferible tener un vehículo rústico porque
uno pequeño “no aguanta la pela”, dice con experiencia uno de los
obreros que el jueves esperaba la visita del ministro de Energía
Eléctrica, Jesse Chacón.
Para hacer más rápido el camino, un grupo de periodistas se trasladó
hasta la planta en helicóptero para presenciar la inspección de la
autoridad eléctrica.
La vía deja ver los despeñaderos, los millones de árboles, las pocas
casas y animales asentados en las montañas andinas. Luego de 20 minutos
de sobrevuelo, aparece la central de altas paredes de concreto,
instalada allí hace 27 años.
Un grupo de 60 personas, entre obreros, técnicos, operarios, personal
administrativo y de limpieza, la mantienen activa. Recuerda uno de los
ingenieros fundadores que cuando el entonces presidente, Jaime Lusinchi,
la inauguró, lanzó desde un avión unas cachamas a la presa que la surte
del agua para funcionar.
Las obreras dicen que las cachamas se reprodujeron, pesan 20 kilos y que se pescan si “se dejan agarrar”.
Los trabajadores hablan con confianza. Vivir entre montañas se los
permite. Habitan a cinco kilómetros de la planta San Agatón – como la
llaman-, en el “campamento” que se construyó para quienes laboran allí.
El jefe del Departamento de Electricidad, Edgardo Díaz Granado, señala
que dormir en su lugar de trabajo tiene cosas buenas y malas.
“Somos una de las plantas que más rápido solventa las fallas”, comenta
orgulloso el jefe que entró a trabajar hace 13 años como operario y que,
en el 2009, se graduó de ingeniero.
Él habla de la planta como si se tratase de un familiar, de un amigo,
algo personal. La conoce bien. Comenta con naturalidad cuestiones
técnicas que es mejor grabar para evitar errores.
Contó sin falsa modestia el más reciente logro de los trabajadores: El
año pasado “tomamos la iniciativa de instalar los interruptores de
potencia de aire comprimido en la máquina dos, falta la uno”.
Un rápido pensamiento, ignorante, se convierte en pregunta: “¿Cuál es el
logro?”. Edgardo, sin ofenderse, responde: “Es un logro porque antes
los equipos los instalaban suizos y personal extranjero y eso cobraban
no sé qué cantidad de dólares al Estado. Y ahorita con trabajadores de
Corpoelec, sólo hay que colocar materiales y la mano de obra es
netamente venezolana”.
Comenta luego, ya como algo habitual, el horario de trabajo que
decidieron convenir los trabajadores para operar la planta: un grupo
abre jornada a las 8:00 de la mañana hasta 4:00 de la tarde. El otro,
desde las 4:00 pm hasta las 12:00 de la medianoche. Si ocurre alguna
falla, quien trabajó hasta la madrugada le corresponde atenderla sin que
esto signifique cobrar demás. “Ése es nuestro aporte”.
“Generar energía no es fácil”
“De verdad que generar energía no es fácil”, reconoce Edgardo Díaz, “es
fácil prender un bombillo o su televisor pero generar electricidad es
costoso, los equipos son importados, cuestan dólares. Debemos ser
conscientes de eso”.
Venezuela es el país con mayor generación de energía eléctrica per
cápita y demanda de América Latina. Es también el país con costos de
electricidad más bajos de América Latina. Las actuales tarifas del
Kilovatio-Hora (Kwh) están 92% por debajo de lo que se factura en
Panamá, por citar un ejemplo.
Cifras del Banco Mundial, el Instituto Nacional de Estadística (INE), la
Organización Latinoamericana de Energía y la Comisión Económica para
América Latina y el Caribe (Cepal), revelan que Venezuela cuenta con una
generación neta de 4.179 kilovatios por hora por habitante (Kwh/hab),
seguida de Chile (3.393 Kwh/hab), Argentina (2.860 Kwh/hab), Uruguay
(2.750 kwh/hab), Brasil (2.317 kwh/hab), México (1.999 Kwh/hab), Panamá
(1.873 Kwh/ hab) y Costa Rica (1.854 Kwh/hab).
Mientras que los resultados del XIV Censo Nacional de Población y
Vivienda (2011) muestran que 98,5% de los hogares del país poseen acceso
a la electricidad.
El Ministerio de Energía Eléctrica ha insistido, a través de diversas
campañas, en la importancia del uso eficiente de la electricidad,
tomando en cuenta que los costos de generación son altos y la
distribución es subsidiada.
Aboga el ente por un cambio en la cultura energética; sin embargo, los
cambios no parecen asomarse si se toma en cuenta que el 25 de septiembre
de este año, el Zulia demandó en un día más de 3.000 megavatios, lo
mismo que producen unas ocho plantas eléctricas a todo ritmo.
Uno de los trabajadores, Carlos Guerra, explicó, desde su experiencia,
la importancia del buen uso: “Si usted no desenchufa el cargador del
televisor eso sigue generando y las plantas pierden vida útil y
repararlas le cuesta mucho dinero al Estado”.
Dice que el “papa gobierno” no puede pagarlo todo. Que todos debemos
hacer aportes, bien sea ahorrando energía o siendo puntuales con los
pagos para poder hacer autosustentable el sistema eléctrico. El esfuerzo
de vivir allí, en la planta, bien lo requiere.
El campamento
Al campamento de los trabajadores se sube en jeep. Son cinco minutos. Si
se hace a pie es una hora, aproximadamente. Esta vez, se utilizó un
rústico en muy buen estado.
El espacio lo ocupan las casas y los “módulos” de habitaciones donde viven los trabajadores de recién ingreso.
También está el comedor que sirve a las 7:00 am el desayuno, a las
12:00m el almuerzo y a las 7:00pm, la cena. Se come mucho y el menú
incluye carne o pollo, arroz, ensalada, frutas, sopa y un jugo, que esta
vez fue limonada para refrescar el clima cálido. De postre, gelatina.
El plato caliente, aunque conforta, no suprime la nostalgia por hijos,
amigos, pareja y por la casa. Así lo cuenta una de las trabajadoras del
área administrativa, quien vive en el campamento hace siete años. Tiene
dos vástagos, la mayor, una hembra de 23 años, y un varón, de 19.
Al inicio fue difícil. “No tenía ni televisor”, comenta.
Llamaba todos los días a su casa. Debía ser rápido y en las alturas
porque había que subir a un árbol para tener cobertura, mientras los
otros interesados en telefonear a los suyos aguardaban su turno para
subir a la misma copa.
Siete años después, la cosa es distinta. Ya vive en una de las casas del
campamento, tiene un televisor, una cocina y una nevera. Su hija se
casó y el varón está estudiando ingeniería. Y hay antena telefónica.
Sin embargo, los trabajadores más jóvenes, además de la familia, añoran
la ciudad. Hablan de Caracas y Maracay con especial interés. Para
quienes llegaron del Distrito Capital, el campamento es un paraíso.
Montaña, silencio, aire limpio. “Si, pero usted allá puede ir al teatro,
al cine, sale con sus amigos”, reclaman.
Fuente AVN
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